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EL PENACHO Y EL YELMO

29 de marzo de 2018




Octavio Paz cuestiona en "El laberinto de la soledad”:

¿Por qué hemos buscado entre las ruinas prehispánicas el arquetipo de México? ¿Y por qué ese arquetipo tiene que ser precisamente azteca, y no maya o zapoteca o tarasco u otomí? Mi respuesta a estas preguntas no agradará a muchos: los verdaderos herederos de los asesinos del mundo prehispánico no son los españoles peninsulares sino nosotros, los mexicanos que hablamos castellano, seamos criollos, mestizos, o indios.

Ciertamente es muy duro lo que dice Paz en este breve párrafo, por lo que, uno de los retos que me he propuesto desmenuzar en el próximo libro a publicar "LA GRULLA PARDA”, es precisamente el de indagar si existe ese arquetipo, entendiendo su acepción tal cual: "Modelo original que sirve como pauta para imitarlo, reproducirlo o copiarlo, o prototipo ideal que sirve como ejemplo de perfección de algo”.

Si yo le pregunto a cualquier persona en la calle su opinión sobre Moctezuma, o me arriesgo más preguntándole que piensa de Cortés, creo que deberé hacerlo a dos metros de distancia por elemental precaución. Sin embargo, antes de intentar ese experimento, preferí escribir este libro, el cual me permitió descubrir rasgos sumamente interesantes de ambos, los cuales podríamos irlos integrando a ese arquetipo perdido.

Mi petición es que, si mis queridos seis lectores que residen, o alguno de ellos está de visita en la otrora ciudad-isla, la gran Tenochtitlan, vayan a pararse unos minutos en la esquina de la Av. Pino Suárez y República del Salvador, donde en alguna ocasión, hace casi 499 años, se encontraron ambos, cara a cara por primera vez, para iniciar ese nuevo mundo de una manera que ninguno de los dos deseaba; y que tú, te imagines un rato con el penacho del emperador, o con el yelmo del conquistador…



   

CLAUDIO MÁRQUEZ PASSY

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