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LA PLUMA

26 de noviembre de 2017






 

Dentro del mundo de los Bienes Raíces, el miedo es la mercancía con mayor plusvalía.

Tenía 26 años cuando compré mi primera casa. Aún recuerdo que me citaron en un despacho de abogados, que le llamaban notaría, para firmar la compra de mi futura casa, y francamente tenía poca o nula idea para que sirvieran estos "notarios", y por qué debían de intervenir en mi compra. Evidentemente me faltarían como seis años para iniciarme en la profesión inmobiliaria para comenzar a entender estos "rollos".

Sólo recuerdo que me pasaron a una sala muy elegante, llegó uno de estos individuos con un librote de lomo rojo, y se puso a leer la compra. Creo que entendía a medias lo que iba a firmar, pero como me acompañaba mi padre, solo le pregunté al final de la lectura si consideraba que todo estaba bien, quien al darme su Vo.Bo. Entonces el notario me pasó su "pluma", y firmé.

Me volví un flamante propietario de una casa en condominio horizontal en Coyoacán, y en pocos días llegué con mi mudanza; el vigilante alzó la "pluma" de la entrada a la privada, y como pavo real pasé a mi nueva casa. Esa noche me acosté meditando lo sucedido, disfrutando de la idea de saberme un flamante y nuevo propietario de un bien raíz. Acomodé mi almohada rellena de "plumas" de ganso y me dormí.

Como a los ocho años vendí la casa, y compré otra en la colonia Narvarte, en una calle abierta, donde cualquier habitante de este país o planeta podía circular. Disfruté mucho esa propiedad, y jamás tuve incidente alguno que quisieran robarnos o darnos algún susto. La casa tenía una barda alta, y una reja de fierro convencional, con un diseño sin mayor alharaca. A los cinco años la vendí para comprar otra en ¡Canadá! Pues nos habíamos mudado a aquel país. Esa casa y el resto de todas las de la ciudad, excepto las "privadas", carecían de ese degenerado, insultante, y fastidioso elemento arquitectónico llamado "barda".

En el año de 2005, ya de regreso en México, tuve que hacer un viaje a Monterrey; paseándome por varias colonias residenciales, notaba que muchas casas tampoco tenían barda, y las que si contaban con este nefasto elemento, no tenían ni púas, ni espirales con navajas, y ya no digamos puertas de acero con mirillas, con guarura afuera y un perro doberman encadenado, como sucede en Las Lomas de Chapultepec en la hoy CDMX. Hace unos meses tuve que viajar nuevamente a Monterrey, y nada de eso había cambiado, con todo y la ola de violencia que tuvo por varios años, y que afortunadamente casi ha desaparecido.

Mis seis o siete lectores (incluido usted) quienes saben que vivo en Querétaro, y que he tenido el gusto de pasear a alguno de ellos por esta formidable ciudad, se habrán percatado de la infinita colección de fraccionamientos cerrados que existen en toda la zona metropolitana que incluye al menos cuatro municipios. Todos ellos con su "pluma" a la entrada.

Yo no he sido la excepción al haber vivido algunos años en el fraccionamiento San Gil en San Juan del Río, y actualmente en un condominio horizontal en Querétaro. En ambos casos la "pluma" es "valor" entendido.

Sin embargo todas las mañanas salgo de la privada ---o más elegantemente dicho---, de mi condominio horizontal, para ir a caminar a la colonia de junto, con calles públicas empedradas y muy arboladas, casas modestas pero de razonable calidad, y puedo afirmar que de 10 calles que recorro, quizás un total de dos o tres casas tienen un alambrado eléctrico de presencia muy modesta, pero el resto no tiene protección alguna. Puede ser que tengan su alarma, pero eso no lo puedo asegurar.

Ahora bien ---y para ir al grano---, he llegado a la conclusión que en este país, en su gran mayoría de las ciudades que lo componen, no se vive, si no más bien se sobrevive en alerta amarilla, naranja o roja, cuidándonos del adversario que es el maloso, y esto ha contribuido a cambiar la imagen urbana de casi todas las ciudades creando una costumbre aceptada conciente o inconscientemente, de diseñar finos y elegantes reclusorios residenciales, donde una "pluma" controlada por un celador, o en el mejor de los casos, una tarjeta electrónica es la que nos dejará entrar o salir a nuestra casa. 

Lo anterior es algo que muy desdichadamente muchos lo ven como "estatus", en lugar de una lamentable pérdida de libertad, producto de que varios gobiernos de las últimas décadas no han hecho su tarea para cumplir con su mandato constitucional. Si yo vivo en una privada, vecindad, condominio horizontal o como se le quiera apodar, es porque ya no me atrevo fácilmente a vivir en una casa normal, en una calle normal, en una colonia tradicional. Es decisión por miedo, pero no por "estatus".

La gente compra actualmente casas o departamentos en guetos cerrados, que posiblemente incluyen alberca, canchas de tenis, pistas para correr, asadores, y miedo... mucho miedo... representado por una "pluma", la cual se levanta en forma vertical para dejarnos pasar a nuestra casa. Esto último encarece el bien raíz, y degenera nuestra forma de vivir que perdimos hace muchos años. La frase clásica del desarrollador que vende el condominio o fraccionamiento es "Seguridad, confort y estilo", no pudiendo eliminar el primer concepto en su publicidad, y más bien usándolo como un motivador subliminal, del cual él no es culpable.

Hay zonas en este país que se resisten a perder su estilo de vida heredado de padres y abuelos como es el caso de Monterrey ---foto anexa---, donde se aprecia que un habitante como muchos otros de San Pedro Garza García, (por cierto el municipio más rico de Latinoamérica), tiene su casa, con su garaje abierto, sin puertas, y la puerta principal de la casa cuenta con un par de hospitalarias áreas ajardinadas a cada lado de la entrada, dándole una bienvenida virtual a cualquiera que quiera tocar el timbre. Esta casa se encuentra en una calle tradicional donde sus habitantes no desean ni amenidades, ni "plumas".

Por el contrario, en Las Lomas de Chapultepec, ---Quizás la colonia más cara del EXDF---, y como una gran mayoría de ciudades con miedo en el país, se aprecia en la otra foto una espantosa casa con barda alta, una reja arriba de esta barda con ganchos afilados, y arriba de esta reja una espiral de alambre con navajas de filo muy cortante. Sus ventanas dignas de la celda de un reclusorio. Quizás lo único que le queda positivo es que está en una calle abierta. No obstante, estoy seguro que si todos los vecinos pudieran, cerrarían la colonia y le plantarían su "pluma".

Hace algunas décadas ---creo que al menos deben ser tres o cuatro---, hemos aceptado pagar por nuestro miedo, y este elemento es la principal "amenidad" que pagamos al comprar o rentar un inmueble, la cual ha cambiado nuestra forma de vivir e interrelacionarnos. 

Cuando firmemos con nuestra "pluma" la próxima escritura de algún inmueble, debiéramos asegurarnos que no tenga  "pluma", ni barda, ni reja, ni púas, ni navajas, para que nos salga más barato, y para que podamos estar seguros de vivir en ese bien raíz, sin pensar que tengamos que sobrevivir en él, y durmiendo tranquilos cada noche en nuestra almohada de "plumas".

La fórmula que se me ocurre para el año que entra, es pensar con mucho cuidado al desenfundar nuestra "pluma", por quien votaremos para ejercer nuestro mandato como presidente de nuestro condominio llamado: México.

CLAUDIO MÁRQUEZ PASSY


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