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¿SOMOS PLEBEYOS?

1° de enero de 2018




La cámara de diputados del H. Congreso de la Unión, la cual, usted y yo sabemos que se encuentra en San Lázaro, en la hoy Cedemequis, y que por cierto, debe saber que la H. Significa hermético, es en realidad un teatro donde diario hay puestas en escena; los actores ganan más que muchos directores de empresas, el público son ellos mismos y se aplauden solitos. Su sueldo lo pagamos usted y yo.

Estos actores, son en realidad apoderados, mandatarios, a quienes históricamente, nosotros los mandantes o poderdantes, les hemos otorgado amplias facultades al haber votado por ellos, para que decidan que leyes inventar, que reglamentos, y aunque usted no esté de acuerdo si acaso tuvo la manera de agenciarse algún texto, ellos levanten su dedito, y de acuerdo a instrucciones de "arriba" decidan la suerte de esta empresa, propiedad de usted y mía, llamada México.

Hace décadas ---quizás nueve---, que estos personajes llamados "diputados", son en realidad los empleados del presidente en turno. Nunca, de verdad nunca nos han representado, ni lo harán. Olvídelo, descártelo. Además, son unos sujetos que ---algunos de ellos---, escasamente terminaron la primaria. No tienen idea de que contiene la Constitución. No son abogados, ni juristas, ni mucho menos constitucionalistas. Son ignorantes. Son nacos. Y si usted me pregunta: ¿dónde radica el mayor mal de nuestra nación? Le contestaría sin dudarlo, que no está en el crimen organizado, o la policía, o los gobernadores, o los alcaldes. El origen de todos, verdaderamente de todos nuestros males, se concentra en la cámara de diputados; en un teatro donde todos los días se representa una farsa, y el final de la misma, es lo que vemos fuera de ese circo.

Desde niños, nos han vendido la idea de que un país se compone ---idealmente--- de tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. Y en efecto, así es el inmejorable legado que nos dejó el derecho romano.

El único "problemita" es que lo hemos deformado ligeramente. Veamos porqué:

En época de la República Romana, el poder ejecutivo se concentraba en el cónsul, a veces con funciones de dictador (y no hay que asustarse), el legislativo en el senado, y el judicial en magistrados y jueces. Los diputados no existían, pues esta es la más tramposa y malévola invención del mundo moderno. México no tiene la exclusividad.

Sin embargo, en Roma, lo verdaderamente valioso en esa división ---auténtica y real--- de poderes, era el miedo palpable de las clases ricas y acomodadas, llamadas Patricios, de que las clases populares conocidos como Plebeyos, y que eran la mayoría, decidieran irse de Roma y formar otro país. Además, estos últimos lucharon constantemente por tener un poder real dentro de la organización social. Si bien la estructura y organigrama de clases es un poco más extensa; para los efectos de este artículo, me conformo con reducirla a éstas dos: Patricios y Plebeyos.

Ahora bien, el pueblo estaba organizado de tal manera, que se dividía en 21 tribus, representado cada una por una figura de gran poder llamada "tribuno", independientemente que había otro tipo de tribuno con funciones estrictamente militares.

Este tribuno, surgido del pueblo, de la clase plebeya, era elegido en algo llamado "Concilium Plebis" y tenía una serie de poderes que generaban un equilibrio político y social muy interesante, es decir que en primer lugar podía convocar a plebiscitos, además de contar con algo muy interesante llamado "poder negativo", ---ius intercessionis, o derecho a interceder--- es decir que, si bien no podía votar a favor de una ley, si podía vetarla en el senado, siempre y cuando, hubiera sido votada en contra en el plebiscito popular, o si acaso él consideraba que pudiera tener efectos negativos para sus representados, los plebeyos. Su cargo duraba un año. 

El senado, diseñaba las leyes, pero no las podía votar para su aprobación. Esta facultad era exclusiva y auténticamente de "la plebe", de los plebeyos, de la clase popular. Los diputados no se habían inventado. ¿Un sueño? No, queridos lectores... sólo les estoy relatando algo que comenzó en el año 494 A.C. Ya llovió en los últimos 2,500 años.

El efecto de todo lo anterior era que: El senado se componía por eruditos y jurisconsultos, y hacían su mejor trabajo diseñando las mejores leyes, justas, equilibradas y funcionales, para que tuvieran buena probabilidad de ser votadas favorablemente por la plebe. Se tenían que juntar para votar, los votos se decían en voz alta, y la gente sabía quien decía sí, y quien no. Con mayoría más uno, la ley era aprobada. Faltaba un poco para inventar Internet.

El tribuno, podía paralizar al senado, inclusive al cónsul, siempre y cuando no estuviera en funciones de dictador. Su poder era inmenso, pero absolutamente limitado. Increíble pero cierto.

Por todo lo anterior, mi propuesta ideal y utópica, pero eventualmente posible, se compone de cuatro puntos:

1) Despedir sin sus tres meses de sueldo ni vacaciones, a los 500 diputados, mandarlos a estudiar a escuelas primarias, secundarias y universidades, y que trabajen para pagarse su colegiatura. 

2) Clausurar el teatro, es decir la cámara de diputados, vender el inmueble para pagar un poco de la deuda pública. Prometo no cobrar comisión si me lo dan a vender. Sería mi aportación real. 

3) Decirle al senado, que siga haciendo su trabajo, lo mejor hecho, que seguimos confiando en ellos, pues para ser justos, hay gente muy valiosa y mejor preparada en ese recinto, pero que a partir de mañana ya no pueden levantar su dedito, pues ese derecho ya es de nosotros. De la plebe. Tema no negociable.

4) Ir pensando quien sería nuestro tribuno, y de cuantas tribus se compondría nuestro país. Tiene que ser número non.

Con todo lo anterior, creo que tendríamos un presidente que sería un excelente administrador, y se preocuparía por ser un buen líder. Su poder estaría acotado, y sería alguien con verdadera vocación de servicio.

Eso sí, mientras existan los diputados y senadores que hacen lo que quieren, que se mandan solos, que no nos reportan, que siguen diseñando y aprobando al vapor leyes para cobrar cuotas políticas, no podemos aspirar a ser plebeyos, lo cual es el concepto del verdadero ciudadano, que participa, estudia, discute, y se reserva su derecho de votar como lo más sagrado, sin entregarle este poder a persona alguna.

Queridos lectores, debo decirles que la clase alta, media, o baja, no existen. Todo ello es una fantasía creada para evitar que usted pueda imaginar que algún día pueda ser un auténtico plebeyo, que decide en mayoría con otros igual a usted, cuál será el destino de su nación, ordenándole a sus gobernantes cómo gobernar.

Sólo imagine la importancia y jerarquía de la plebe, la cual permite que exista un senado, magistrados y jueces, así como  un cónsul (presidente) que conforman la posibilidad de que exista un país, y que además ya lo contempla desde siempre nuestra carta magna en su Artículo 39: "La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno".

Ser plebeyo significa: comprender que hay que enajenar nuestra voluntad individual, para depositarla en la voluntad de la mayoría de la sociedad, la cual a su vez la confiará en su gobernantes.

El concepto de plebeyo no significa denostar la condición del ciudadano, y por el contrario, nos abre la puerta para entender cual debiera ser el ideal de la sociedad gobernada, claro, siempre y cuando no tengamos que malbaratar, ni mucho menos entregar incondicionalmente nuestro poder de aceptar o rechazar las leyes que nos gobiernan a unos cuantos sujetos llamados diputados, a los cuales, todavía les seguimos entregando cada tres años, un poder incondicional con un tache en una boleta. 

Por mí, eso se terminó, y si bien iré a votar el 1 de Julio, la boleta de diputados y senadores la cancelaré. A mí ya no me representan más, quienes en realidad nunca me han representado. Mi riesgo es que el resto de los votantes, en mayoría, les siga regalando ese poder. Ni modo, pero creo que yo habré dado un primer paso. 

En cuanto a mi voto para presidente, será tema de otro artículo.   

Por lo pronto me quedo frustrado, sabiendo que ni tengo clase, ni mucho menos soy plebeyo. 




CLAUDIO MÁRQUEZ PASSY


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